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Leonor Villares

El cambio de una madre que abrió las puertas de Brasil al trabajo del RM.

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De ascendencia alemana, Leonor Villares vivía en São Paulo. Su abuelo había sido uno de los productores de café más exitosos del país, su padre, un industrial textil y su esposo, Luiz, era el director ejecutivo de una de las industrias privadas de ascensores más importantes.

Leonor siempre tuvo un sueño: ver a personas de diferentes regiones trabajando juntas en lugar de por separado. Su amiga Helena Londahi le habló de un centro -en Suiza- donde este sueño se hizo realidad.

En 1949, ella, su marido y dos de sus hijos mayores visitaron Caux. La visita fue un shock y una revelación. Se dio cuenta de que había que cuestionar la imagen que tenía de sí misma. Ella pensaba que era la madre perfecta, pero ahí se dio cuenta de que se había puesto en un pedestal con sus hijos y que eso tenía que cambiar. Caminando por una de las calles de Suiza, vio en el escaparate de una tienda una frase que la animó: “«Cuando crees que no puedes más, un rayo de luz viene de alguna parte».

En casa, haciendo un rato de silencio todas las mañanas, una práctica que había aprendido en Caux, Leonor se sorprendió ante el insistente pensamiento de que necesitaba comprar una casa nueva. Se preguntó por qué, ya que era muy feliz en la cómoda casa de la Rua dos Franceses que Luiz había renovado recientemente con mucho cariño. Pero ella siguió su intuición y, sin tener una idea muy clara, empezó a buscar. Un día, visitando una casa que inicialmente no le atraía, se sorprendió, al abrir una puerta vio una réplica exacta de un patio con tres ventanas que había visto muy claramente en un sueño. Sintió una voz que decía: «Aquí está la casa que quiero que compres para Mi servicio». Inició el proceso de compra, agradecida por el apoyo de su marido.

El día que Luiz firmó el acta de compra, a Leonor se le ocurrió otra idea. La casa de la Rua dos Franceses no estaba destinada a venderse, sino a convertirse en un centro desde el cual el trabajo que vivieron en Suiza se extendería por São Paulo, Brasil y por todo el continente. Luiz nuevamente estuvo de acuerdo con la idea de su esposa e inmediatamente telegrafió a Frank Buchman diciéndole que la casa estaba disponible como base en São Paulo para su Movimiento en América Latina, y así permaneció durante muchos años.

En 1951, Frank Buchman envió a tres personas a una gira por Sudamérica y cuando el trío llegó a Brasil, los Villares ofrecieron una gran recepción a la que fueron invitados un amplio grupo de políticos, industriales e intelectuales. Pronto los Villares los llevaron al puerto de Santos, al puerto de Río de Janeiro y encontraron un valioso punto de partida para su misión.

Cinco meses después, los tres jóvenes que convivían con los Villares aterrizaron en la isla Mackinac con un avión cargado con 50 personas: sindicalistas, industriales, militares, todos hombres decididos a vivir la experiencia del compromiso por una América mejor.

En 1965 Leonor tuvo la idea de buscar un inmueble cerca de Río de Janeiro para utilizarlo como centro de reuniones y formación. Luego encontró el Sítio São Luiz, en Petrópolis, una zona montañosa del Estado de Río.

Se firmó la venta del Sítio São Luiz, pero aún faltaba encontrar el dinero para comprarlo. Fue un verdadero acto de fe. Los portuarios iniciaron una campaña de recaudación de fondos. Organizaron un asado con carne de buey que fue donada por el alcalde de la ciudad - Petrópolis - y al finalizar la fiesta de recaudación de fondos, ya que aún no habían alcanzado el monto total necesario para comprar la finca, algunos de los invitados propusieron pasar un sombrero. La esposa de un oficial de alto rango del ejército se quitó dos hermosos collares de perlas que llevaba y los colocó en su sombrero. Habían sido un regalo de su marido con motivo de su compromiso. Al final de la noche se logró el objetivo.

Con otras dos señoras, Leonor fue a visitar al presidente del Banco Bradesco, uno de los mayores bancos privados, para hablar sobre su iniciativa y pedirle apoyo, además de preguntarle si el banco haría una donación en efectivo equivalente a una cuarta parte de el precio de la propiedad ya adquirida. El presidente era un hombre de fe, además de un directivo estricto al que le gustaba hablar con claridad. La respuesta fue «¡Sí!».

Un año más tarde, gracias a múltiples contribuciones, a menudo muy modestas, se pudo recaudar todo el dinero. Casi 60 años después, el Sítio todavía está en uso y ha recibido una amplia variedad de visitantes, de Brasil y del extranjero, desde senadores y generales hasta trabajadores y residentes de favelas.

 

Fuente:

- Libro de Daniel Dommel "Agentes de Cambio en América Latina".